Pese al imparable avance de la ciencia y la incesante llegada de nuevos descubrimientos, a día de hoy todavía resulta sumamente frecuente encontrar que las firmas encargadas de producir señuelos pongan toda la carne en el asador a la hora de resaltar hasta el más mínimo detalle de sus muestras. Sin embargo, tan perfección no siempre suele ir parejo en lo que respecta a otros aspectos críticos, como por ejemplo el que concierne al anzuelo de los artificiales ó la resistencia de los acabados frente a los golpes. Y es que el considerable auge conocido en su día cogió por sorpresa a las empresas encargadas de surtir productos al mercado que afectan al lance ligero, pero a fecha de los corrientes todavía hay situaciones que claman al cielo.
A decir verdad, la llegada del spinning supuso una hecatombe años atrás, al punto que un número creciente de pescadores fue desechando el material “de toda la vida”, generalmente bastante tosco y de nula polivalencia, para agenciarse cañas que bien podrían considerarse auténticas varitas de prestidigitador, líneas de calibres ínfimos y artificiales que rivalizan en realismo con los alevines que existen en el medio salado. Desde luego, resulta toda una paradoja, máxime teniendo en cuenta el considerable precio que costaban – siguen valiendo- estas equipaciones.
A pesar de tal inconveniente, hoy, al igual que antaño, buena parte de los pescadores noveles no dudan en “estirar” el bolsillo con el fin de adquirirlas, pero lo que muchos de ellos no suelen imaginarse desde un principio es lo oneroso que puede resultar un trozo de plástico o madera de diversos colores y formas armado de dos o tres anzuelos… bastante mejorables.
Sin duda, el elemento que más suele poner en guardia al aficionado a la hora de “rascarse” la cartera es el elevado coste de los artificiales que se ofertan en la mayoría de las tiendas. Es más, existe una extendida leyenda urbana entre los aficionados al lance ligero que apunta a que estos caros engaños han sido diseñados con el fin de capturar antes al pescador que al pez en sí, y lo cierto es que a menudo no le falta razón a quien tuvo tan ingeniosa idea. No hay más que ver la embelesada expresión de algunas caras cuando contemplan las novedades en los expositores; para que luego digan de los críos, porque a veces parecemos criaturas que se deleitan observando un dulce tras el escaparate de una pastelería. Eso lo saben perfectamente las compañías, y bien se sirven de ello.
El hecho de tener que realizar un considerable desembolso para hacernos con apenas un trío de estas bonitas y efectivas trampas natatorias presupone, al menos en teoría, que se está pagando una calidad, pero por desgracia eso no siempre es así.
Está muy bien que la natación del señuelo tenga una presentación seductora, y visto así no resulta difícil imaginar que los depredadores se lanzarán por él en cuanto caiga al agua, al imitar a las presas que habitan tal o cual sector.
Desde luego, también es interesante el hecho de que la muestra profundice rápidamente para que empiece a “trabajar” desde el primer instante en que reposa sobre el medio salado, e incluso que la adición de determinados detalles signifiquen, en ciertos momentos de ausencia o exceso de luminosidad, la diferencia entre pescar o regresar a casa con un palmo de narices.
Ahora bien, si el metal de los anzuelos no responde cuando más lo necesitamos, de nada nos servirán todas las bondades que puedan desplegar en acción de pesca. Bueno, de algo sí, pero sólo para tener un disgusto que probablemente estaremos rumiando varios días, puesto que nunca es plato de buen gusto atrapar un pez de escándalo y luego verlo escapar porque los triples que venían de fábrica se han doblado como si fueran de chicle.
EL MAR Y LOS SEÑUELOS DE AGUA DULCE
El principal inconveniente que conlleva emplear en el mar artificiales específicamente diseñados para navegar en masas de agua dulce estriba en la habitual presencia de poteras bronceadas o estañadas como armamento.
Desde este punto de vista, la rápida oxidación que sufren en cuanto toman contacto con el medio salado, aparte de su endeblez, se erigen en una contrariedad para su adquirente, por más que se aconseje lavarlas con agua dulce tras cada sesión de pesca. Aún así, la ausencia de la debida protección en esos anzuelos posibilitará que el óxido se abra camino hacia el tuétano a corto plazo, comprometiendo severamente su resistencia. Y es que si encima consideramos el hecho que resultan débiles ya de por sí, como para encima facilitar las cosas.
A decir verdad, conviene que verifiquemos la resistencia de nuestras poteras para evitar sustos y posteriores disgustos en nuestras salidas a orillas del mar, cuando no reemplazarlas antes nada para así no ofrecer el mínimo margen de error. Aunque tengamos que rascarnos un poco más el bolsillo, y aun cuando hayamos casi empeñado hasta las telas de araña, el gasto merecerá la pena.
Quién sabe si al alba, tras aquella roca alejada del mundanal ruido, está resguardado el pez de nuestra vida y no estamos suficientemente preparados para echarle el lazo con unas mínimas garantías…
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